La uva y el vino (Eduardo Galeano)
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.
Antes de morir, le reveló su secreto: -La uva -le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

martes, 16 de julio de 2013

"Escotes: Breve mirada de cómo nos miran las tetas"


Si bien hace tiempo vengo alzando la voz en contra de la industria de la lencería que, a nosotras las tetonas, nos deja de lado, nos cobra de más y nos viste como viejas innecesariamente, hoy me voy a enfocar hacia otro lado.

En el contexto de un nuevo #MartesDeTetas es que vengo a expresar mi defensa hacia los escotes. Debemos como sociedad empezar a considerar esta situación como un lugar en el que desarrollar una lucha, y no como el capricho de la boluda que se queja siempre.

El común de la gente realiza una especie de ecuación en donde escote profundo es directamente proporcional con algún tipo de valor gatuno y este es mi primer punto a destacar: No les molesta la profundidad, les molesta el relleno, porque seguro que si tenés un poco menos hasta “queda fino”. ¿Y qué te molesta si quiero ponerme dos tiras de ropa que no se junten hasta el ombligo? ¿Califico como menos persona?

El corpiño triangulito de la bikini es otro de mis argumentos, al parecer la baboseada de ver un triángulo que está un poco al borde del estalle (y reitero, no por culpa nuestra, sino porque los talles no ayudan) les encanta a los tipos, pero seguro sos re rápida, te moviste a alguien para conseguir un buen laburo, o por qué no, sos tonta. La posibilidad de simplemente simpatizar con un modelo particular de malla no parece una opción.

Cuando de efectividad burocrática se trata, el hecho de recibir un mejor trato en proporción al escote que tenés puesto pero sin contar que tardan el doble en hacer lo que tienen que hacer porque cada dos por tres se pegan una miradita, no es un halago, ni me encanta, simplemente te hace quedar como un boludo, nada más.

Por último, las tendencias muchas veces no suman: se ponen de moda remeras bastante cerradas con cortes raros que no tienen mejor idea que hacerlas con una tela ultra dura, lo que trae como consecuencia que parezca que me pongo la carpa de un circo en lugar de una remera. Y si salgo a un lugar donde el 80% del público femenino tiene ese tipo de remeras pero yo opté por otra un poco más “despechugada” es imposible que no te miren con cara de “mirá, la puta, otra vez en bolas”.

Y lo peor de todo es que, lamentablemente muchas veces, las mujeres no nos vestimos para los hombres, ni para nosotras, nos vestimos para otras mujeres de las cuales esperamos aceptación, causar una buena impresión, que nos digan que qué lindas estamos. Y son, y somos por qué no, más nosotras que los tipos, las que nos encargamos de tildar de gato a otra por usar un escote abultado.

Hace menos de un mes tuve un casamiento y cuando estaba hablando del vestido que me puse una amiga dijo “Anita estaba en bolas”, a lo que otra respondió “Es que no le es difícil estar en bolas, sino tiene que tener un escote hasta el cuello”.  Y quizás, quería estar en bolas, o quizás no tenía otra cosa que ponerme y quizás… Quizás no necesita una justificación ponerse un buen escote, de la misma manera que tampoco debería ser considerado un escándalo.

martes, 16 de abril de 2013

La casita.


Existe un momento en el que realmente abrís la alacena de tu casa y está vacía, mirás en la heladera y tampoco hay nada, ni siquiera ropa en tu placard o jabón para lavarte las manos. Nada.
Y es porque en ese perfecto momento de vacío las paredes de una nueva casa se preparan para recibir cientos de historias, risas, amor y amigos. Y nunca jamás vas a volver a sentir que no hay nada, porque cada rincón te está guardando algo.


lunes, 10 de diciembre de 2012

La Tía Vinagre.

Siento el calor de enero en todo el cuerpo, traspasa la remera color bordó que tengo puesta, traspasa la pollera negra, traspasa los zapatos, negros también. Tengo el pelo suelto, no sé bien por qué, y no llevo nada, ni cartera, ni celular, ni riñonera, sólo me llevo a mi, a cuestas, entre mucha gente, rectángulos de bronce y raros edificios.
Vamos avanzando, despacio, con un marcado paso, un pie, y después el otro, un pie, y después el otro, ni más ni menos. Respirar, respiramos, al menos nosotros sí. Casi no hablamos, susurramos, mientras escuchamos los susurros de los demás, los cuales se pierden entre la inmensidad del silencio y las flores ya marchitas.
Las distancias son demasiado grandes, me cuesta bastante ubicarme, si no fuera porque vamos siguiendo algo. El próximo trayecto alguien decide hacerlo en auto, así que con una parte de la multitud nos dirigimos hacia ellos, los demás, caminan.

Y ahí, antes de subir es que la veo, las veo en realidad, y a él también, como si fueran íntimos amigos. Lloro, mucho, y empiezo a caminar en dirección a su auto, pero alguien me frena, no sé quién, y me trae de nuevo, estoy otra vez a punto de subir. Le pego una piña a la puerta. Me meten adentro.
Después de eso, los rituales ameritan otra cosa, no puedo acercarme mirarla y tranquilamente decirle todo lo que se merece. 


Cinco años pasaron, evitándote, como te merecés. Porque, de mi, no vas a recibir nada, ni un llamado telefónico por tu cumpleaños, ni entusiasmo cuando me llames por el mío, menos el dedicarte siquiera una buena vibra. 
No creo en la familia genética, bah sí, nos une sangre a otros individuos, pero depende de cómo seamos, de cómo actuemos, para que los títulos lleguen: No sos padre por prestar esperma, no sos madre por parir, no sos hermano sólo por compartir un techo, no sos nada, a menos que realmente quieras serlo. Así que quedate tranquila, no intentes actuar políticamente correcta conmigo, no somos más que desconocidas, y dudo que algo de lo que puedas decirme me lastime más de lo que ya hiciste.
Hay códigos, algunos, no sé en dónde, pero sé que existen. Salvo por vos que te encargaste de evadirlos todos. Si hubieran estado ellos, si no hubieran muerto hace tanto ¿hubieras hecho lo mismo? No, claro que no, la hubieras jugado de buena hija, con buenos valores. Seguro.
Ah, para despedirme y por si no sabías, como no tuviste hijos, tus herederos somos nosotros. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

Estimado Mundo que siempre estás ahí quejándote de todo:



Mi nombre es Anita y tengo 24 años. Vivo en José Mármol, Gran Buenos Aires pero tanto por trabajo como por la facultad a diario viajo para Capital, no es de extrañar que en mi mente se fusionen la esquina de Mitre y Chayter, con la de Mitre y Avenida de Mayo. Vos ¿cómo estás?


Si bien muchas veces parezco protestona o bastante mala onda, quiero que sepas que el descargo que quiero hacer nace desde lo más profundo, pacífico y racional de mi ser, no son momentos de calentura en los cuales digo un  par de puteadas y pasa.  No. Esto nace de horas y horas de reflexión, de viajes en tren y caminatas por la calle.

Hasta hace unas semanas estaba en boca de muchos, en las páginas de los diarios, en un sinfín de portales y ni hablar de en la televisión el episodio Rial VS los hombres bebe cerveza que agredieron a sus hijas en la puerta de un supermercado chino y les dijeron guarangadas. Dicho episodio desencadenó en un confuso acto de violencia, trompadas, alguien mencionó cuchillos y según fuentes no oficiales, un wookiee indocumentado habría descendido del espacio para mediar en tan peligrosa situación.

Como ya quedó claro, por todos lados circuló esta noticia, panelistas mujeres de distintos programas de tv y radio contaron sus experiencias, panelistas hombres volvieron a decir que no les saquen el piropo, que no es malo. Otra vez volvimos a ver (aunque inconcluso porque acá se edita lo que no sirve) el video “Pará. Hombre caminando por la calle.” que muestra una situación inversa donde un pibe va caminando y chicas lo van piropeando, con cosas normales desde qué lindo hasta cómo lo destrozarían en la cama. Y si tienen tiempo, lean los comentarios de quienes pasaron a ver el video. (http://www.youtube.com/watch?v=Xua-XZfEttQ)

Hoy, 29 de noviembre, ya casi nadie recuerda lo que le dijeron a las hijas de no sé quién, no me acuerdo dónde, ni si el wookiee apareció o no. La parte graciosa es que el hecho de que no sea público no significa que no siga pasando.

Es por eso Mundo, que me tomo el atrevimiento de tranasmitir esto a todos, amiguitas, amiguitos, chaboncitas, chaboncitos: El calor llegó y tengo derecho a usar musculosa, a ir a trabajar con vestido, a viajar en tren como se me cante y a evitar que gente se acerque hasta menos de un metro de distancia para susurrar pelotudeces. Al parecer somos responsables de lo que nos dicen por cómo nos vestimos, pero hasta donde yo recuerdo no le digo nada a los tipos que andan en musculosa o en cuero por la calle, no grito cuando pasan con shorts, y nadie los molesta si se ponen una remera un poco ajustada.

Imbéciles nunca nos faltarán, no hay que ir mucho para atrás para encontrarnos con los dichos del canadiense  Michael Sanguinetti con los que nació “La Marcha de las Putas”. Mi único pedido es que entre todos nos respetemos más, no sólo es dejar cruzar a los peatones, no tirar basura en lo del vecino o los bocinazos innecesarios. Respetar es que caminemos por la calle libres y sin medio. Respetar es que se acuerden de nosotras, más allá de cuando el tema está de moda.

Y por las dudas aviso, no es que me olvide que existen ni necesito que me lo recuerden constantemente: Sí, tengo tetas. Yo como el resto de las mujeres. Como tu mamá, tu hermana, tu novia y tu abuela. Así que la próxima, haceles el honor de “piropealas” a ellas.

Esta es mi queja Mundo, espero no te moleste. No quería caer en el común protestón, pero a veces me dejo llevar.

Nos estamos viendo,
anita.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El secreto que Eitán me hizo revelar


Yo quería que muriera. Sé que puede sonar horrible, insensible y bastante malintencionado, pero realmente quería que muriera. Y sí, lloré ¿cómo no hacerlo? Pero lo hice con la consciencia tranquila, porque en el fondo por más que no lo parezca, no soy una mala persona.

Llegué, un poco corriendo un  poco cayéndome a su habitación, la ventana redonda la hacía única. Fue un momento simplemente lo que me costó decidirme. Ella debía morir, no podía haber más alternativas, no podía seguir permitiéndole ser así.

Me miró, reconociéndome. Le costaba hablar pero tenía la fuerza suficiente para decirnos lo que quería y lo que le pasaba adentro en ese momento.

Sus ojos hablaron antes que su voz.

 “Me duele el corazón”, murmuró.

El mundo se derrumbó.

Preferí llorar antes que verla llorar.

Debía morir.

lunes, 15 de octubre de 2012

veinticuatro.



En veinticuatro días de internación aprendí a agradecer los pequeños gestos, las miradas tiernas y de comprensión.
En veinticuatro días de internación aprendí a reconocer a aquellos que hablaban desde arriba de un pedestal, provisorio, hasta que llegara el superior y se fueran con el rabo entre las piernas.
En veinticuatro días de internación descubrí que los acomodos existen, incluso cuando de riesgos de vida se trata.
En veinticuatro días de internación me mostraron las peores caras de la medicina. Por suerte, algunos pudieron reivindicarse.
En veinticuatro días de internación, Lu tuvo que frenar a un enfermero que iba a inyectarle un anticoagulante, el cual habían prohibido unas horas antes.
En veinticuatro días de internación vi a médicos seguirle el voleo a Abuela, cual si fueran sus nietos.
En veinticuatro días de internación vi a una enfermera hablarnos con ojos vidriosos.
En veinticuatro días de internación la movieron de habitación innecesariamente entre cuatro y cinco veces. Mientras que “a la mamá de alguien” la dejaron quietita, e incluso la otra cama casi siempre estaba vacía.
En veinticuatro días de internación fueron capaces de decirme en la cara que no anotaron cosas en la historia clínica, porque fueron “órdenes verbales”.
En veinticuatro días de internación la prepararon, se la llevaron a quirófano y le pusieron una sonda para devolverla a la habitación porque “se enteraron que no había camas en unidad coronaria”.
En veinticuatro días de internación supimos que los pacientes de algunos doctores consiguen las prótesis de cadera más rápido que los de otros.
En veinticuatro días de internación la hicieron dormir cuatro.
En veinticuatro días de internación nos dijeron que no viviría dos días más quizás, y en menos de dos horas que no era tan grave, que estaba bien.
En veinticuatro días de internación hablaron de riesgo de muerte por una cirugía frente a una paciente asustada, que ya conocía sus riesgos y no necesitaba recordarlos.
En veinticuatro días de internación nos hicieron sentir ese disparo de burocracia que se pegó Favaloro, en el pecho de nosotros doce.

En veinticuatro días de internación descubrí que las abuelas durmientes, al igual que Aurora se despiertan con un beso, que incluso dormidas pueden decir “hasta mañana si Dios quiere”, y que cuando ya no queda nada, pueden reírse de una nariz de payaso.

Veinticuatro días de internación, eternos. Veinticuatro años de compartir, irremplazables.


jueves, 11 de octubre de 2012

Microhistorias de Ciudad




Batalla cotidiana

Se preparan los ejércitos. Está cada uno en su lado del campo de batalla. El Sol, verde, les indica que todavía no es el momento, hace falta esperar unos instantes más.

Mientras tanto, las mentes de los soldados empiezan a analizar al enemigo: sus puntos débiles, espacios estratégicos, huecos por donde avanzar que nos permitirán flaquearlos y obtener la victoria, cumplir el objetivo.

El Sol amarillo los ilumina, impacientes empiezan a moverse, marcan el ritmo del caos y el silencio con los pies, es la única parte de su cuerpo que no controlan, los demás movimientos (o la ausencia de ellos) están milimétricamente controlados. Y sus ojos, por sobre todas las cosas, repiten una secuencia: Mirar al Sol, a su oponente, esperar... Una y otra vez.

El momento se acerca, ya no falta nada, lo presienten. La guerra va a empezar, resta que el comandante Sol se pose sobre sus cabezas dando la órden. 

Saben que sus vida corre peligro, por lo que es inevitablemente la hora de atacar, de pisotear, empujar, de aprovechar la armadura de portafolios, carteras y paraguas.

Rojo.

Avancen soldados, las rayas blancas los guiarán.


Catedral

Con mezcla de San Telmo y Fé camina entre los bancos, esquivando miradas, evitando que la vean llorar, teme convertirse en una estatua más a la cual retratar. Busca un lugar donde los flashes no lleguen, donde poder entregarse a su desconsuelo.
Su llanto se ve interrumpido por una fugaz luz. Dejó de ser un alma perdida, ahora es una postal de vacaciones.


Línea B

“¡Qué desastre!”, dijo el señor contra la puerta del subte una vez que arrancó. Paralelamente y en silencio, yo pensaba también en eso.

Que desastre naturalizar a tres nenes chiquitos, solos en un vagón.

Que desastre verlos pegarse y gritarse “Guacho, te voy a cagar a trompadas” con sólo siete años, y pensar cuántas veces habrán recibido ellos ésa misma frase.

Que desastre que no estén en la escuela, o en su casa jugando.

Que desastre que su mamá los deje en Carlos Pellegrini irse solos.

Que desastre que sepan cuando están en Pasteur que falta una estación para Pueyrredón, y que tienen que bajar del otro lado, porque las puertas abren de allá.

Que desastre saberlos hijos de un modelo, todavía añorado por algunos.

Que desastre que algunos crean que es su elección pegarse, gritarse, putearse unos a otros. Son sólo el pequeño reflejo de una inmensa realidad.

Que desastre pensar que estoy yendo a ver a Abuela al hospital, sin saber cuántas vacunas les habrán dado.

Que desastre que alrededor de esas pulguitas se arme la paranoia de las manos en los bolsillos, porque parece ser su única opción.

Que desastre quejarme del frío, con guantes y boina, cuando ellos no tienen medias.

Que desastre querer abrazarlos como si fueran mis Aspis en menos de tres estaciones  ( y qué tristeza que nunca lo sean).

Que desastre no saber dónde, cuándo ni qué comen.

Que desastre saber que para muchos no tienen identidad.

Que desastre que haya gente que los mira con ojos de grandes y creyéndolos grandes.

¿Usted también se refería a todo esto, Señor, cuando en voz alta dijo “¡qué desastre!”?

Viento

Dicen por ahí, los porteños conocedores, o los que se disfrazan de ellos, que si uno necesita viento, hay lugares específicos donde encontrarlo.
Tiene rincones, secretos, envuelve calles y personas, juega. Sólo hay que saber mirar, saber sentir, animarse a andar sin tanto abrigo para que se erice la piel.