La uva y el vino (Eduardo Galeano)
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.
Antes de morir, le reveló su secreto: -La uva -le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

martes, 3 de mayo de 2011

Un viaje en tren por la Argentina de hoy.



Martes 3 de mayo, parecías ser tan parecido a todos los demás, salvo por esos pequeños detalles que te hicieron diferente.

Junté mis cosas velozmente, me cambié, preparé el mate, cerré mis sesiones en internet y salí rumbo a la estación, caminando, porque era un día lindo y tenía ganas de caminar. A mitad de camino me dí cuenta que no saqué mi trabajo de Taller de la mochila, si le llegaba a pasar algo moría, no estaba en mis planes hacer casi 100 dibujos otra vez. Pasé por el kiosco, cargué crédito y seguí, escuchando música y caminando.

Llegué a la estación, el boleto “ida y vuelta a plaza” marca las 16:18 hs. Entré al andén y me senté a esperar. A esa altura el cd de “Into the Wild” ya sonaba en mi cabeza. Llegó el tren, servicio semi-rápido, subí y me senté, del lado izquierdo, en el primer asiento después del individual, del lado del pasillo.

Los planetas alineados de una cierta manera intentaban darme señales, notaba algo raro en el ambiente, pero no lograba dilucidar qué. Llegamos a Temperley, una chica de mochila roja se sentó adelante/diagonal mío, sacó un libro y se puso a leer. Ví que con lápiz anotó “ley de radiodifusión” lo cuál me hizo preguntarme qué carrera estudiaría.

A la altura de Banfield, mientras Eddie cantaba “Society” se dieron en pocos minutos una serie de acontecimientos que me dejarían en un estado difícil de describir por el resto del día.

Al lado mío pasaron una chica y un chico abrazados, fueron hasta el final del vagón y se sentaron, no en los asientos, sino en las tiras esas que son para simplemente apoyarse. Empezaron a hablar con unos chicos sentados adelante de todo en mi misma fila de asientos, y fue ahí cuando el chico que había pasado caminando por al lado mío decidió mostrarles que llevaba un arma encima, y la sacudía orgulloso al viento.
La guardó, la volvió a sacar, su compañera cerró la puerta. El semi-rápido no para en Escalada, por lo que el trayecto hasta Lanús lo hice entre una mezcla de rezo, imaginando una lista de las cosas que me iban a robar como mi trabajo de taller, rezando otra vez y pdidienro que nadie saliera lastimado, y tan pero tan quieta que me creí muerta por un instante. Tuve tanto miedo de moverme, no quise intentar siquiera sacarme los auriculares.

Después de una eternidad llegamos a Lanús, me paré y enfilé a la puerta como para bajar. Al salir al andén, caminé junto a la chica de mochila roja, quien me dijo que los chicos también bajaron del tren. En eso, vimos que la puerta del tren vuelve a abrirse y subimos de nuevo.

¿Cuántas posibilidades hay de que en un viaje en tren un chico saque un arma, que cuando intentás huir te acercás a una chica con la cuál decidís viajar, de que esa chica estudie tu misma carrera, en tu misma facultad y sea ahí a donde se dirige? Parece que muchas, si es martes 3 de mayo y te tomaste el semi-rápido que pasa por Mármol a las 16:19hs. Y así conocí a Vanesa.

El resto del día estuve vagando por este nudo de sentimientos que no termino de poder explicar o entender. Estoy asustada, es verdad. No le tengo miedo a ir a Costitución de noche, ni mucho menos al tren, pero hoy quedé así, dudando de volverme en combi. Estoy enojada, porque este país, este sistema, esta sociedad permite que pibes de no más de 17 años anden por la vida armados y que esa sea su opción. Estoy enojada conmigo por no hacer nada para evitarlo. Tengo miedo de cómo pueda terminar su historia, lo imagino a él con un tiro en la cabeza, o a la inversa, disparándole uno a alguien. Quiero creer, ilusamente, que nadie tiene derecho a decidir si vivís o no, pero hoy, en esos pocos minutos me enfrenté con la realidad, esa que me gustaría poder cambiar, y pensé que quizás, si al pibe no le gustaba lo que estaba haciendo, podía simplemente, apuntarme y disparar.

Tengo esta impotencia encima, me siento otra vez tan chiquita necesitando que venga alguien a abrazarme y decirme que ya está, que ya pasó… como si eso arreglara algo para mi, para él, para los demás.