Hoy pensé en vos. Sabés que no es novedad, sabés que lo hago varias veces por día. Son las 3:38 de la mañana, tengo que decidir qué hacer con mi materia, tengo que hacer un parcial que no sé hacer, y te miro, sonríendome desde una foto al lado de los lapiceros, acompañándome cuando estoy en el escritorio.
Como te decía, pensé en vos. Me acordé de cómo me enojé cuando una tarde me dijiste “Dentro de poco si querés te enseño a manejar” y yo en respuesta pensé (y menos mal que nunca lo dije) “¿Por qué vos? Tengo un papá que me puede enseñar.” Ingenua, vos ya sabías que lo había perdido, y lo único que intentabas era empezar a llenar ese lugar que, también sabías, quedaría vacante.
Y ahí estuviste, firme al pié del cañón, bancándonos a los cuatro, bah, a los cinco, dándonos lo mejor, intentando ser el mejor. Y ahora es gracioso, porque a veces te cito cuando hablo con la gente, y me doy cuenta cómo te tengo adentro mío “a mí, mi abuelo me decía que para hacer las cosas por la mitad, no las haga, que es mejor hacerlas bien”, “a mí, mi abuelo me contó que cuando perdió una pierna no pensó qué hubiera pasado si no hubiera tomado ese tren. Ahora tenía que pensar en el futuro”, “a mí, mi abuelo me decía princesa”, “a mí, mi abuelo me dijo que el miércoles es el día clave, porque cuando te despertás falta más de la mitad de la semana, y cuando te vas a dormir, menos”, “a mí, mi abuelo me enseñó cuándo florecen las Magnolias.”
Y redescubro, una vez más, que pensarte no duele, pensarte me alegra, por haberte querido tanto, por saber que me quisiste tanto. A vos no te perdí el respeto, a vos puedo extrañarte con la frente en alto, porque vos fuiste mi abue, el único que conocí, y fuiste un poco mi papá, ese que el sinuoso camino ofreció, y yo, elegí.