Dicen por ahí, todavía no pude corroborarlo, que fui
una persona orgullosa, peleadora, malhumorada y capaz de representar cada una
de esas facetas, con una nariz de payaso puesta.
Pareciera también que dentro de las cosas que hice,
mi humor negro llegó a caracterizarme, por suerte rescatan el hecho de que
siempre me reí de mis muertos, nunca me metí con los de los demás.
Nadie duda de la necesidad sobrehumana de dormir que
tuve, por suerte quienes me rodearon aprendieron a convivir con ello y respetar
mis siestas de la misma manera en que lo hice yo.
Alguien por ahí mencionó que fui una fiel defensora
del respeto, nunca callé lo que pensé, pero siempre busqué cuál era la mejor
manera de decirlo.
La gran mayoría coincide al decir que siempre tuve
una lapicera y un cuaderno encima, por si se me ocurría alguna idea, o
necesitaba escribir un rato, aparte de la infaltable agenda en la cual poder
anotar todo, y hacer innumerables listas de cosas.
Particularmente mi familia decidió hacer hincapié en
lo organizadamente desordenada que fui. Todo el tiempo planificando, acomodando
ideas, tratando de hacer que todo cuaje, pero viviendo en una habitación donde
los placares para mi no existieron nunca, ya que la silla, puff, y escritorio reemplazaron
muy bien su función.
Algunos mencionaron la parte humanista, mis tardes
en la capilla, los días del niño organizados, los campamentos, del mismo modo
que salió el tema de mi religión, esa
con la que me enojé seguido y adopté a mi manera, como dando charlas de
educación sexual laica, apoyando el matrimonio igualitario, yendo a Misa un
domingo a las 20:00 hs, a pesar de haberme levantado a las 16:00 hs con resaca.
Hay algo que me toca decirles a mi: Odié la mentira,
la infidelidad, las demostraciones de cariño en público… Pero amé a mis abuelos, y fui siempre
compañera de mis afectos.
Supongo que todo variará, quizás más, quizás menos,
depende de a quién se le pregunte. Por mi parte, hasta acá llegué. Lo hecho,
hecho está.