Yo quería que muriera. Sé que puede sonar horrible, insensible y bastante malintencionado, pero realmente quería que muriera. Y sí, lloré ¿cómo no hacerlo? Pero lo hice con la consciencia tranquila, porque en el fondo por más que no lo parezca, no soy una mala persona.
Llegué, un poco corriendo un poco cayéndome a su habitación, la ventana redonda la hacía única. Fue un momento simplemente lo que me costó decidirme. Ella debía morir, no podía haber más alternativas, no podía seguir permitiéndole ser así.
Me miró, reconociéndome. Le costaba hablar pero tenía la fuerza suficiente para decirnos lo que quería y lo que le pasaba adentro en ese momento.
Sus ojos hablaron antes que su voz.
“Me duele el corazón”, murmuró.
El mundo se derrumbó.
Preferí llorar antes que verla llorar.
Debía morir.
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