La uva y el vino (Eduardo Galeano)
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.
Antes de morir, le reveló su secreto: -La uva -le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La Tía Vinagre.

Siento el calor de enero en todo el cuerpo, traspasa la remera color bordó que tengo puesta, traspasa la pollera negra, traspasa los zapatos, negros también. Tengo el pelo suelto, no sé bien por qué, y no llevo nada, ni cartera, ni celular, ni riñonera, sólo me llevo a mi, a cuestas, entre mucha gente, rectángulos de bronce y raros edificios.
Vamos avanzando, despacio, con un marcado paso, un pie, y después el otro, un pie, y después el otro, ni más ni menos. Respirar, respiramos, al menos nosotros sí. Casi no hablamos, susurramos, mientras escuchamos los susurros de los demás, los cuales se pierden entre la inmensidad del silencio y las flores ya marchitas.
Las distancias son demasiado grandes, me cuesta bastante ubicarme, si no fuera porque vamos siguiendo algo. El próximo trayecto alguien decide hacerlo en auto, así que con una parte de la multitud nos dirigimos hacia ellos, los demás, caminan.

Y ahí, antes de subir es que la veo, las veo en realidad, y a él también, como si fueran íntimos amigos. Lloro, mucho, y empiezo a caminar en dirección a su auto, pero alguien me frena, no sé quién, y me trae de nuevo, estoy otra vez a punto de subir. Le pego una piña a la puerta. Me meten adentro.
Después de eso, los rituales ameritan otra cosa, no puedo acercarme mirarla y tranquilamente decirle todo lo que se merece. 


Cinco años pasaron, evitándote, como te merecés. Porque, de mi, no vas a recibir nada, ni un llamado telefónico por tu cumpleaños, ni entusiasmo cuando me llames por el mío, menos el dedicarte siquiera una buena vibra. 
No creo en la familia genética, bah sí, nos une sangre a otros individuos, pero depende de cómo seamos, de cómo actuemos, para que los títulos lleguen: No sos padre por prestar esperma, no sos madre por parir, no sos hermano sólo por compartir un techo, no sos nada, a menos que realmente quieras serlo. Así que quedate tranquila, no intentes actuar políticamente correcta conmigo, no somos más que desconocidas, y dudo que algo de lo que puedas decirme me lastime más de lo que ya hiciste.
Hay códigos, algunos, no sé en dónde, pero sé que existen. Salvo por vos que te encargaste de evadirlos todos. Si hubieran estado ellos, si no hubieran muerto hace tanto ¿hubieras hecho lo mismo? No, claro que no, la hubieras jugado de buena hija, con buenos valores. Seguro.
Ah, para despedirme y por si no sabías, como no tuviste hijos, tus herederos somos nosotros. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

Estimado Mundo que siempre estás ahí quejándote de todo:



Mi nombre es Anita y tengo 24 años. Vivo en José Mármol, Gran Buenos Aires pero tanto por trabajo como por la facultad a diario viajo para Capital, no es de extrañar que en mi mente se fusionen la esquina de Mitre y Chayter, con la de Mitre y Avenida de Mayo. Vos ¿cómo estás?


Si bien muchas veces parezco protestona o bastante mala onda, quiero que sepas que el descargo que quiero hacer nace desde lo más profundo, pacífico y racional de mi ser, no son momentos de calentura en los cuales digo un  par de puteadas y pasa.  No. Esto nace de horas y horas de reflexión, de viajes en tren y caminatas por la calle.

Hasta hace unas semanas estaba en boca de muchos, en las páginas de los diarios, en un sinfín de portales y ni hablar de en la televisión el episodio Rial VS los hombres bebe cerveza que agredieron a sus hijas en la puerta de un supermercado chino y les dijeron guarangadas. Dicho episodio desencadenó en un confuso acto de violencia, trompadas, alguien mencionó cuchillos y según fuentes no oficiales, un wookiee indocumentado habría descendido del espacio para mediar en tan peligrosa situación.

Como ya quedó claro, por todos lados circuló esta noticia, panelistas mujeres de distintos programas de tv y radio contaron sus experiencias, panelistas hombres volvieron a decir que no les saquen el piropo, que no es malo. Otra vez volvimos a ver (aunque inconcluso porque acá se edita lo que no sirve) el video “Pará. Hombre caminando por la calle.” que muestra una situación inversa donde un pibe va caminando y chicas lo van piropeando, con cosas normales desde qué lindo hasta cómo lo destrozarían en la cama. Y si tienen tiempo, lean los comentarios de quienes pasaron a ver el video. (http://www.youtube.com/watch?v=Xua-XZfEttQ)

Hoy, 29 de noviembre, ya casi nadie recuerda lo que le dijeron a las hijas de no sé quién, no me acuerdo dónde, ni si el wookiee apareció o no. La parte graciosa es que el hecho de que no sea público no significa que no siga pasando.

Es por eso Mundo, que me tomo el atrevimiento de tranasmitir esto a todos, amiguitas, amiguitos, chaboncitas, chaboncitos: El calor llegó y tengo derecho a usar musculosa, a ir a trabajar con vestido, a viajar en tren como se me cante y a evitar que gente se acerque hasta menos de un metro de distancia para susurrar pelotudeces. Al parecer somos responsables de lo que nos dicen por cómo nos vestimos, pero hasta donde yo recuerdo no le digo nada a los tipos que andan en musculosa o en cuero por la calle, no grito cuando pasan con shorts, y nadie los molesta si se ponen una remera un poco ajustada.

Imbéciles nunca nos faltarán, no hay que ir mucho para atrás para encontrarnos con los dichos del canadiense  Michael Sanguinetti con los que nació “La Marcha de las Putas”. Mi único pedido es que entre todos nos respetemos más, no sólo es dejar cruzar a los peatones, no tirar basura en lo del vecino o los bocinazos innecesarios. Respetar es que caminemos por la calle libres y sin medio. Respetar es que se acuerden de nosotras, más allá de cuando el tema está de moda.

Y por las dudas aviso, no es que me olvide que existen ni necesito que me lo recuerden constantemente: Sí, tengo tetas. Yo como el resto de las mujeres. Como tu mamá, tu hermana, tu novia y tu abuela. Así que la próxima, haceles el honor de “piropealas” a ellas.

Esta es mi queja Mundo, espero no te moleste. No quería caer en el común protestón, pero a veces me dejo llevar.

Nos estamos viendo,
anita.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El secreto que Eitán me hizo revelar


Yo quería que muriera. Sé que puede sonar horrible, insensible y bastante malintencionado, pero realmente quería que muriera. Y sí, lloré ¿cómo no hacerlo? Pero lo hice con la consciencia tranquila, porque en el fondo por más que no lo parezca, no soy una mala persona.

Llegué, un poco corriendo un  poco cayéndome a su habitación, la ventana redonda la hacía única. Fue un momento simplemente lo que me costó decidirme. Ella debía morir, no podía haber más alternativas, no podía seguir permitiéndole ser así.

Me miró, reconociéndome. Le costaba hablar pero tenía la fuerza suficiente para decirnos lo que quería y lo que le pasaba adentro en ese momento.

Sus ojos hablaron antes que su voz.

 “Me duele el corazón”, murmuró.

El mundo se derrumbó.

Preferí llorar antes que verla llorar.

Debía morir.

lunes, 15 de octubre de 2012

veinticuatro.



En veinticuatro días de internación aprendí a agradecer los pequeños gestos, las miradas tiernas y de comprensión.
En veinticuatro días de internación aprendí a reconocer a aquellos que hablaban desde arriba de un pedestal, provisorio, hasta que llegara el superior y se fueran con el rabo entre las piernas.
En veinticuatro días de internación descubrí que los acomodos existen, incluso cuando de riesgos de vida se trata.
En veinticuatro días de internación me mostraron las peores caras de la medicina. Por suerte, algunos pudieron reivindicarse.
En veinticuatro días de internación, Lu tuvo que frenar a un enfermero que iba a inyectarle un anticoagulante, el cual habían prohibido unas horas antes.
En veinticuatro días de internación vi a médicos seguirle el voleo a Abuela, cual si fueran sus nietos.
En veinticuatro días de internación vi a una enfermera hablarnos con ojos vidriosos.
En veinticuatro días de internación la movieron de habitación innecesariamente entre cuatro y cinco veces. Mientras que “a la mamá de alguien” la dejaron quietita, e incluso la otra cama casi siempre estaba vacía.
En veinticuatro días de internación fueron capaces de decirme en la cara que no anotaron cosas en la historia clínica, porque fueron “órdenes verbales”.
En veinticuatro días de internación la prepararon, se la llevaron a quirófano y le pusieron una sonda para devolverla a la habitación porque “se enteraron que no había camas en unidad coronaria”.
En veinticuatro días de internación supimos que los pacientes de algunos doctores consiguen las prótesis de cadera más rápido que los de otros.
En veinticuatro días de internación la hicieron dormir cuatro.
En veinticuatro días de internación nos dijeron que no viviría dos días más quizás, y en menos de dos horas que no era tan grave, que estaba bien.
En veinticuatro días de internación hablaron de riesgo de muerte por una cirugía frente a una paciente asustada, que ya conocía sus riesgos y no necesitaba recordarlos.
En veinticuatro días de internación nos hicieron sentir ese disparo de burocracia que se pegó Favaloro, en el pecho de nosotros doce.

En veinticuatro días de internación descubrí que las abuelas durmientes, al igual que Aurora se despiertan con un beso, que incluso dormidas pueden decir “hasta mañana si Dios quiere”, y que cuando ya no queda nada, pueden reírse de una nariz de payaso.

Veinticuatro días de internación, eternos. Veinticuatro años de compartir, irremplazables.


jueves, 11 de octubre de 2012

Microhistorias de Ciudad




Batalla cotidiana

Se preparan los ejércitos. Está cada uno en su lado del campo de batalla. El Sol, verde, les indica que todavía no es el momento, hace falta esperar unos instantes más.

Mientras tanto, las mentes de los soldados empiezan a analizar al enemigo: sus puntos débiles, espacios estratégicos, huecos por donde avanzar que nos permitirán flaquearlos y obtener la victoria, cumplir el objetivo.

El Sol amarillo los ilumina, impacientes empiezan a moverse, marcan el ritmo del caos y el silencio con los pies, es la única parte de su cuerpo que no controlan, los demás movimientos (o la ausencia de ellos) están milimétricamente controlados. Y sus ojos, por sobre todas las cosas, repiten una secuencia: Mirar al Sol, a su oponente, esperar... Una y otra vez.

El momento se acerca, ya no falta nada, lo presienten. La guerra va a empezar, resta que el comandante Sol se pose sobre sus cabezas dando la órden. 

Saben que sus vida corre peligro, por lo que es inevitablemente la hora de atacar, de pisotear, empujar, de aprovechar la armadura de portafolios, carteras y paraguas.

Rojo.

Avancen soldados, las rayas blancas los guiarán.


Catedral

Con mezcla de San Telmo y Fé camina entre los bancos, esquivando miradas, evitando que la vean llorar, teme convertirse en una estatua más a la cual retratar. Busca un lugar donde los flashes no lleguen, donde poder entregarse a su desconsuelo.
Su llanto se ve interrumpido por una fugaz luz. Dejó de ser un alma perdida, ahora es una postal de vacaciones.


Línea B

“¡Qué desastre!”, dijo el señor contra la puerta del subte una vez que arrancó. Paralelamente y en silencio, yo pensaba también en eso.

Que desastre naturalizar a tres nenes chiquitos, solos en un vagón.

Que desastre verlos pegarse y gritarse “Guacho, te voy a cagar a trompadas” con sólo siete años, y pensar cuántas veces habrán recibido ellos ésa misma frase.

Que desastre que no estén en la escuela, o en su casa jugando.

Que desastre que su mamá los deje en Carlos Pellegrini irse solos.

Que desastre que sepan cuando están en Pasteur que falta una estación para Pueyrredón, y que tienen que bajar del otro lado, porque las puertas abren de allá.

Que desastre saberlos hijos de un modelo, todavía añorado por algunos.

Que desastre que algunos crean que es su elección pegarse, gritarse, putearse unos a otros. Son sólo el pequeño reflejo de una inmensa realidad.

Que desastre pensar que estoy yendo a ver a Abuela al hospital, sin saber cuántas vacunas les habrán dado.

Que desastre que alrededor de esas pulguitas se arme la paranoia de las manos en los bolsillos, porque parece ser su única opción.

Que desastre quejarme del frío, con guantes y boina, cuando ellos no tienen medias.

Que desastre querer abrazarlos como si fueran mis Aspis en menos de tres estaciones  ( y qué tristeza que nunca lo sean).

Que desastre no saber dónde, cuándo ni qué comen.

Que desastre saber que para muchos no tienen identidad.

Que desastre que haya gente que los mira con ojos de grandes y creyéndolos grandes.

¿Usted también se refería a todo esto, Señor, cuando en voz alta dijo “¡qué desastre!”?

Viento

Dicen por ahí, los porteños conocedores, o los que se disfrazan de ellos, que si uno necesita viento, hay lugares específicos donde encontrarlo.
Tiene rincones, secretos, envuelve calles y personas, juega. Sólo hay que saber mirar, saber sentir, animarse a andar sin tanto abrigo para que se erice la piel.

jueves, 7 de junio de 2012

Declaración de Guerra: A quienes perdonan sólo por la condición de muerto.



Llegó el momento de enfrentar una problemática que está golpeando duramente a la sociedad del siglo XXI y a los responsables de que esto esté sucediendo.
Realmente creí en un momento que sería una cuestión pasajera, que sólo sería una moda y frente a personalidades reconocidas, pero después de haberme encontrado reiteradamente frente a esta situación, me di cuenta que cualquiera puede ser parte de este descaro, y por eso decido tomar cartas en el asunto, y espero contar con su apoyo.
Voy a empezar a formular mi idea leyéndoles una pequeña historia:
“Ni diez personas iban a los últimos recitales del poeta español Blas de Otero. Pero cuando Blas de Otero murió, muchos miles de personas acudieron al homenaje que se le hizo en una plaza de toros en Madrid. Él no se enteró.”
Si alguien es capaz de explicarme razonablemente por qué pasarse toda una vida defenestrando a una persona, para que luego sólo por morir, se convierta en un ser inmaculado y perfecto, prometo retractarme. De no ser así, seguiré por un tiempo más desarrollando mi teoría.
 La condición de muerto parecería ser capaz de alterar la visión de las personas, la pregunta es por qué. Podríamos hablar de una falta de respeto, pero ¿acaso en vida no lo era? Además, asumo que cada cual debe tener fuertes motivos para enojarse y decidir que tal o cual no es de su agrado, entonces ¿sólo porque dejó de respirar todo cambia? Lamento informarles que a lo sumo cuando vivía, podrían llegar a ser peores los agravios, teniendo en cuenta que todavía podía leer o escuchar pero considerando que ya no puede hacerlo porque no es más que un cadáver ¿cómo podría enterarse que estamos hablando mal de él/ella? E incluso, si me dijeran “No, es que soy Católico y creo que desde el cielo puede espiarme y enterarse de todo…” sigue siendo totalmente ilógico, al cabo que en vida también podía.
Quiero ser clara sobre esto, porque realmente las caravanas de lamentos vacíos están colmando mi paciencia, no sólo se trata de personalidades de la esfera pública, sino también de nuestro más cercano círculo, por eso es que yo digo, e intentaré hacerlo lo más simple posible y no ofender a nadie, si el Sr. X fue un tremendo hijo de puta durante su vida, si te lastimó a vos, a quienes querés, si estafó a un pueblo, si se especializó en torturar, si no hizo más que generar dolor de cualquier tipo en cualquier escala ¿Por qué cambiar de opinión? Haber estirado la pata no lo redime de sus errores.
Yo los invito ahora a reflexionar, a pensar conmigo qué opinión les merecen estos perdonadores compulsivos, personas que parecen tener fuertes convicciones en sus pensamientos con respecto a otras, y que cuando una de las etapas de la vida, porque no olvidemos que es algo natural e inevitable, llega, decide cambiar. Acaso, la primera vez que dijo “Ojalá que el Sr. X se vaya al re carajo, por ser de tal y tal y tal manera” ¿no se le ocurrió que en algún momento esa persona moriría? Seguramente no, y mucho menos que tiraría sus opiniones a la basura totalmente desvalorizadas.
No pretendo que vayamos por la vida odiando, maltratando y maldiciendo a los demás porque sí, pero admitamos que tenemos más de dos o tres en una lista negra, porque somos humanos porque es natural, porque sí y punto, y no está mal. Pero pareciera que ahora nuestras convicciones tienen fecha de vencimiento. Listo, se murió, y de esa manera, lo que hizo, quedará así, no pretendan que vuelva a disculparse, ni a redimirse, ni a nada por el estilo, porque dudo que lo haga.
Si realmente necesitan perdonar, para poder vivir en libertad, para no cargar con energías negativas, para poder seguir adelante, bien por ustedes. Pero por favor, no lo hagan sólo porque la condición de muerto asecha.
Es hora de que se hagan cargo de lo que dicen, y de que sepan lo que generaron en nosotros, impotencia, bronca, ganas de gritarles “¿qué estás haciendo?” Así que te pido a vos, si sentiste que algo de lo que dije se asemeja a tu manera de ser o a tu manera de cagonamente retractarte, por favor pensalo dos veces. Merecés más respeto por mantener la frente en alto y tus opiniones, que por tirarlas a la basura y jugarla de correcto.


miércoles, 18 de abril de 2012

Nin R.I.P.



Dicen por ahí, todavía no pude corroborarlo, que fui una persona orgullosa, peleadora, malhumorada y capaz de representar cada una de esas facetas, con una nariz de payaso puesta.
Pareciera también que dentro de las cosas que hice, mi humor negro llegó a caracterizarme, por suerte rescatan el hecho de que siempre me reí de mis muertos, nunca me metí con los de los demás.
Nadie duda de la necesidad sobrehumana de dormir que tuve, por suerte quienes me rodearon aprendieron a convivir con ello y respetar mis siestas de la misma manera en que lo hice yo.
Alguien por ahí mencionó que fui una fiel defensora del respeto, nunca callé lo que pensé, pero siempre busqué cuál era la mejor manera de decirlo.
La gran mayoría coincide al decir que siempre tuve una lapicera y un cuaderno encima, por si se me ocurría alguna idea, o necesitaba escribir un rato, aparte de la infaltable agenda en la cual poder anotar todo, y hacer innumerables listas de cosas.
Particularmente mi familia decidió hacer hincapié en lo organizadamente desordenada que fui. Todo el tiempo planificando, acomodando ideas, tratando de hacer que todo cuaje, pero viviendo en una habitación donde los placares para mi no existieron nunca, ya que la silla, puff, y escritorio reemplazaron muy bien su función.
Algunos mencionaron la parte humanista, mis tardes en la capilla, los días del niño organizados, los campamentos, del mismo modo que salió el tema de  mi religión, esa con la que me enojé seguido y adopté a mi manera, como dando charlas de educación sexual laica, apoyando el matrimonio igualitario, yendo a Misa un domingo a las 20:00 hs, a pesar de haberme levantado a las 16:00 hs con resaca.
Hay algo que me toca decirles a mi: Odié la mentira, la infidelidad, las demostraciones de cariño en público…  Pero amé a mis abuelos, y fui siempre compañera de mis afectos.
Supongo que todo variará, quizás más, quizás menos, depende de a quién se le pregunte. Por mi parte, hasta acá llegué. Lo hecho, hecho está.

lunes, 30 de enero de 2012

Teoría y práctica de los abrazos I


Según tengo entendido, no es necesario haber terminado el colegio, ni mucho menos estudiar una carrera universitaria. Se supone que es algo natural, adquirido casi al nacer, no es un don (aunque a algunos nos cueste) ni requiere de un manual de instrucciones.

Casi me animo a decir que no es posible equivocarse o fallar. Cuando aprendemos a andar en bicicleta, es muy factible que nos caigamos un par de veces. Sin embargo, creo imposible que eso nos suceda cuando aprendemos a abrazar (¿aprendemos o simplemente satisfacemos una necesidad?). Como les decía, no consideraría al abrazo una ciencia, aunque por qué no, sí un arte.

Podríamos enumerar sus pasos de la siguiente manera:

1) Estar a una distancia considerable de la susodicha/o a abrazar.

2) Separar los brazos del costado del cuerpo.

3) Elevarlos en dirección al ya mencionado susodicho/a.

4) Rodear a la persona en cuestión, puede ser a la altura del cuello, pecho o cintura.

5) Atraer el cuerpo hacia el de uno mismo.

6) Ejercer cierta presión.

7) Reposar unos minutos en esa posición.

Hay quienes finalizan los mismos con besos (cuello, mejilla, boca), palmadas (odiosas) o distanciándose para mirar a los ojos por unos instantes (a veces esto se acompaña con un apretón de manos).

Claramente, estos son sólo algunos de los métodos, ya que también puede uno recibir un abrazo sorpresivo por la espalda, o mientras duerme, estar sentado junto a alguien que extiende su brazo y lo envuelve y por qué no el abrazo garrapata, tan común en los niños pequeños hacia sus padres cuando estos parten rumbo al trabajo.

Ahora bien, una vez expuesta mi teoría sobre los abrazos, me gustaría pasar a otra parte no menos importante, ya que se trata del otro 50% del abrazo, o como lo llamaremos “el abrazado”.

Luego de exhaustivas investigaciones teórico-prácticas pude determinar que hay varias clases de “abrazados”:

a) Devolvedores: Son aquellos que responden felizmente y con tal entusiasmo que se genera el conocido “abrazo de oso”.

b) Lo acepto, hasta ahí: Aquellos que aceptan el abrazo, y lo devuelven, pero sin mucha emoción (esto no es cuantitativamente proporcional al cariño, sino una cuestión de cuán arisco se es).

c) Los Palmadores: Se los conoce así a quienes cuya devolución se basa en un clap clap sobre la espalda, para luego bajar los brazos.

d) Yo ya me solté, y tu no, ¿por qué?: En este caso se trata de quienes se limitan a eso, a ser abrazados sin siquiera mover un músculo de su cuerpo, sin entender por qué están en esa incómoda situación mientras que el abrazador parece disfrutarlo.

e) Casi físicamente incapacitados, pero no emocionalmente: He aquí la especie más extraña de detectar, ya que podría confundirse a simple vista con el tipo “d” pero esconden una gran diferencia… Ellos sí quieren (y necesitan) ser abrazados, lo disfrutan debajo de su cara de nada, y muchas veces se sienten incapacitados de decir “¿me abrazás?” “gracias por el abrazo, lo necesitaba” e incluso de generar un abrazo por ellos mismos.

Teniendo en cuenta lo expuesto recién, creo necesario hacer una pequeña apreciación personal (por si les quedaban dudas, todo lo anterior fue científicamente probado)

La amiga de una amiga, a quien casi no veo ni conozco, y por cuestiones de ética llamaremos N.N. es una fiel representante de la clase “e” de abrazados. Si bien mantenemos cierta distancia, puedo asegurar que tiene sentimientos debajo de sus fríos modos, y que está en búsqueda de mejorar su condición, ya que muchas veces sólo consigue alejar a la gente cuando no es eso lo que busca. Me animo a decir incluso que agradece ampliamente cada abrazo recibido. Lo único que intento decir es que les tengan paciencia a los deformes del grupo “e”, no lo sé por experiencia personal, obvio, pero creo que lamentan su incapacidad.

Reitero, por si quedan dudas, es una apreciación personal esta última parte, y cualquier similitud con la realidad, es mera coincidencia.

Espero con este breve texto aclarar dudas sobre sus allegados, y que a partir de ahora puedan diferenciar a qué tipo de persona están abrazando. Yo por mi parte, seguiré practicando.

Saludos terrícolas,

nin.