Es la una del mediodía, tengo hambre y salgo de cuatro horas consecutivas de Semiótica. Hace un rato, cuando las chicas me preguntaron “¿A dónde vas?” les dije que a la muestra de Steve Mc Curry, el que le sacó la foto a la afgana con la cara descubierta. ¡Pobre Steve! Pensé. Después, hizo tanto más que sacar esa foto… Este oriundo de Philadelphia, es considerado uno de los mejores fotógrafos del mundo. Colaborador de la National Geographic y autor de varios libros, también forma parte de una fundación llamada ImagineAsia la cual busca darle una mano a la educación y lo referido a la salud en Afganistán.
Nos encontramos en la puerta de Ramos y caminamos para al subte, línea B, destino: Estación Florida. Salimos y el frío nos pega en la cara. Mientras transitamos esas cuadras repletas de gente, siento que veo mil caras por segundo. Me creo extranjera en este país de trajes y corbatas. No formo parte de la moda, tengo mochila y jean. Igual, mi paso lento, heredado de los paseos adroguenses, delata que no soy de acá.
Algo me llama la atención en estas cuadras. No me pasa muy a menudo, pero mientras paso por los locales me veo con ganas de comprar. Cualquier cosa, desde cámaras digitales y ropa hasta calculadoras científicas o portarretratos. Una promotora de Mc Donalds se acerca, me da un panfleto y eso me hace meditar si almorzaré o no ahí.
Terminó nuestra corta caminata, estamos frente al Centro Cultural Borges. En la puerta la veo. Con sus inmensos ojos verdes, como siempre. Sharbat Gula me está invitando a entrar a esta exposición llamada “Culturas”. Según lo que leí, busca expresar en las imágenes la esencia de la lucha humana y la alegría.
Pasamos por “The coffee store” en el camino al mostrador.
-Hola, venimos a la muestra de Steve McCurry.
-¿Son estudiantes?
-Sí, ¿necesitás la libreta?
-No
-Ah, bueno, listo entonces.
Subimos. En la sala 21 el ambiente me relaja, somos la mayoría del tiempo nosotras cuatro en toda la muestra. De vez en cuando entra alguna que otra persona, extranjera o que supongo se hizo un minuto en la hora del almuerzo para venir.
Las imágenes desfilan ante mi (o quizás, lo hago yo frente a ellas), y me encuentro frente a cada una de ellas imaginándoles una historia, dolorosa la mayoría de las veces. No se cómo, pero mis pies empiezan a despegarse del suelo. Me impulsan esos lugares hermosos y totalmente devastados, las inundaciones, la gente trabajando, chicos vagando por ahí, lluvia, petróleo, guerra, de vez en cuando, alguna sonrisa…
Y por más que lo intento, no puedo sacar de encima mis ojos de las miradas. Tantas cosas distintas reflejan, tristeza, esperanza, cansancio, alegría, desafíos. Está por ejemplo el retrato de Ali Aqa. Tiene quince años, su familia es pobre, su ropa es usada y su sueño es ser abogado. La foto es del 2007. Me pregunto si lo logrará. Sus ojos me dicen que sí.
Y sigo volando, cada vez más alto. No siento estar ni en Buenos Aires, ni en el ruidoso microcentro, menos aun en las coquetas Galerías Pacifico. Estoy en Afganistán, o en la India quizás, escuchando historias. Me enojo porque hasta hace veinte minutos me preocupaba ir o no a Mc, o ese estúpido arranque de compradicción. Ahora veo a nenes armados, jugando en un tanque, llorando y apuntándose con una pistola en la cabeza, (ruego sea de juguete) un hombre mayor durmiendo en un banco, y abajo un perro en la misma posición ¿Por qué? Me indigno, como ser humano, como católica, como una simple chica a la cual la realidad le está pidiendo respuestas y ella no hace nada.
Bajo a la Tierra otra vez. Una mujer del staff del Centro pasa a arreglar la esquina de una imagen. Veo un clavo tirado en el piso. Escucho a alguien decir que es la segunda vez que viene a ver la muestra. ¡Qué coraje! Esto te hace reflexionar mucho. Comento con las chicas algunas cosas y ahora vuelo otra vez a mi mundo. Leo las paredes, y vuelvo de a poco a concentrarme en las fotos, ya no me falta mucho para terminar. Veo algunas de hospitales, donde hay gente muy lastimada, o tirada en la calle, con un rifle en la mano. Pensar que tanto dolor fue causado de un hombre a otro, me pone la piel de gallina.
Ahora si, ya terminé. Antes de salir le pregunto al hombre de seguridad, que está en la entrada de la sala, si siempre es tan tranquilo el lugar. Me cuenta que esa exposición es la que más gente mueve, pero que a la tardecita es el horario pico. Con razón no hay nadie, son casi las tres de la tarde recién.
Ya saliendo del Borges, las ideas siguen fluyendo de mi cabeza, una atrás de la otra. De fondo se mezcla la música de Bryan Adams, un violín y la percusión proveniente de tres tachos de pintura. Camino, pero ya no veo solo trajes y corbatas. Veo miradas. Estas también reflejan, tristeza, esperanza, cansancio, alegría, desafíos. Llego a la estación Lavalle, entro, un nene durmiendo en el piso me recibe. ¿Sigo en aquellas tierras lejanas? ¿Por qué estoy viendo lo mismo que en las fotos? Inmediatamente busco en mi anotador una de las frases que había en las paredes de la exposición:
“En el cielo no hay distinción entre oriente y occidente; la gente crea esa distinción en su propia mente y luego cree que es cierta”
Ahora me siento un poco mejor. Es verdad, capaz no sea mucho, o de hecho nada, lo que pueda hacer por las personas de esas fotos, pero, todavía queda mucha gente cerca a la cual ayudar. No hay distinción, somos todos uno.
Ya en el tren, el vaivén del Roca me acuna en la vuelta a casa, y entre el sueño y la vigilia, sigo sintiendo las miradas.
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