-¿Qué fue lo que entristeció tanto a Andrés en su inesperada visita? -preguntó con voz dulce la joven Lara, mientras el avión despegaba de Buenos Aires.
José parecía no tener respuestas, ni preguntas, o convicciones, nada… Todo se lo había llevado Andrés en esa última discusión. Lo recordó unos años antes, cuando lo conoció en una clase. Él, el Doctor José María Losada, estaba a cargo de Teoría General del Derecho, y Andrés parecía ser un estudiante más. Sin embargo, semana tras semana, fue notorio que congeniaban, las clases eran casi un diálogo eterno entre los dos, especialmente si salía a la luz algún que otro comentario del General, ¡qué orgullo apoyarlo ahora, en su jugada final! Había descubierto en ese alumno una persona perspicaz, inteligente, íntegro en pensamiento y en el fondo, muy parecida a él.
El tiempo pasaba, Andrés seguía avanzando en su carrera, pero siempre volvía a quien había sido su maestro, su guía. No sólo por cosas de la facultad, ya se había creado entre ellos un lazo. Era común verlos en el bar de ahí cerca, con el diario de por medio, hablando de la actualidad, de lo que pasó, pero nunca, imaginando lo que se venía. Y justamente, fue eso, lo que se vino, lo que los terminó de unir, y quizás también, lo que los separó.
Entrado 1977, cuando José salía de una clase se encontró con Andrés que lo esperaba sentado afuera. Había estado escuchando, recordando cuando el era su alumno, cuando se podía decir lo que decían los libros, no lo que Ellos querían que se dijera. Igualmente, los recuerdos no lo habían sacado de su estado, estaba alterado, no podía terminar una frase que empezaba otra, gritaba, de a ratos susurraba, pero nunca era claro.
- ¡Andrés, no te entiendo! -dijo sin paciencia José- ¿Qué te tiene así?
Y se encontró preguntando cosas de las cuales no quería saber la respuesta: Luján, la prima de Andrés, no aparecía por ningún lugar. No estaba en lo del novio, o en su casa, en la facultad ni en su parroquia. José sabía que podía haber pasado, pero le daba miedo decírselo. Con el carácter que tenía, era capaz de cualquier cosa. Sin embargo se vio entre la espada y la pared y tuvo que hacerlo.
-Quizás se la llevaron detenida, pero no lo busques en las comisarías, porque no va a estar precisamente ahí.
Por unos segundos se arrepintió de haberlo dicho, no sabía cómo callar a Andrés, cómo hacerlo parar de llorar, gritar, insultar, incluso hasta le pegó a una pared. Pero se lo ocurrió darle una solución a lo que le había dicho, ofrecerle la otra cara de la moneda y lo invitó a juntarse ese viernes a la noche con sus compañeros, los Montoneros.
Así empezó la vida de militancia de Andrés, de la mano de José. Una vez ahí, no se fue más. Defendía sus ideas a cualquier precio, y se sabía que era alto. Estaba presente en cada reunión, en cada ronda nocturna, recitando poemas, cantando hasta quedar sin voz, defendiendo a su patria.
Por todo esto, la visita inesperada y la última discusión en la que desembocó, fue así de dura, y los dejó así de distanciados. Andrés había entrado con la llave de emergencia que tenía de la casa de José, pero por desgracia, inoportunamente. Supo al instante que algo pasaba, había ropa y fotos arriba de la mesa, y una valija en el sillón. Silenciosamente se acercó a la habitación y lo vio, a él, su maestro yendo de la cama a la biblioteca, separando libros.
-¿Qué estás haciendo? –preguntó ingenuo como siempre.
-Me voy a mudar. Nos vamos a mudar, con Lar…
-¡Cobarde! ¿Ves que sos un cobarde? Vos no te vas a mudar, ¡te vas a escapar!
-Tranquilizate, ¿si? Acá yo ya no puedo estar. Lara está embarazada, y conseguimos un contacto en España que nos recibe. Desde allá voy a seguir trabajando por Argentina, por la justicia y por todos los compañeros que ya no están. Además Andrés, las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para vos.
-No me pidas que te crea, ya no. ¿Hablás de irte a visitar? ¿A vos, un traidor? Y pensar que te creí cuando citábamos a la par a Paco "Empuñé un arma porque busco la palabra justa”.
-Pero si defiendo cada una de esas palabras, Andrés, ¿Por qué ya no me crees?
-Porque no sos el maestro que conocí alguna vez. Espero que tu conciencia te deje caminar por las calles de España, sin prisas, mientras acá, algunos todavía ponemos el pecho.
-Me voy a ir igual, puedo seguir poniendo el pecho desde Madrid ¿Querés que así sea nuestra despedida? ¿Enojados? ¿Diciendo cosas que no queremos?
-Por mi parte, no me molestaría que así fuera. El amigo que alguna vez fuiste, no se dónde quedó. Y no tengo intenciones de perder mi tiempo buscándolo. Y que te quede claro, yo sí soy un hombre de palabra, y de lo que digo, no me arrepiento. Suerte en tu huída, y hasta nunca.
Otra vez, la dulce voz de Lara lo trajo a la realidad. Estaba hacía rato esperando una respuesta, pero José parecía en otro lugar.
-¿Me escuchaste? ¿Qué le pasaba a Andrés? Tenía los ojos llorosos cuando me saludó y me pareció oírlos discutir.
-¿Estaba llorando? No lo esperaba, ¡el muy cabrón se hizo el fuerte conmigo! Igual, quedate tranquila, no era nada. Seguro que… seguro que estaba emocionado, le dije que queríamos que sea el padrino del bebé.
-Por como te quiere, me imagino que aceptó. La verdad, sos afortunado, no todos tienen un amigo como él.
-Tenés razón. No cualquiera tiene la suerte de haber tenido un amigo como Andrés.
Me gustó mucho mas este final. Realmente muy bien escrito, salvo por un error de género, pero no pasa nada por eso.
ResponderEliminarEeeee! Pude comentar!!!
Hola Ana! Sería bueno que subieras los materiales a partir de los cuales construiste el texto.
ResponderEliminarHasta el martes!
Emilia
Hola Emilia!
ResponderEliminarAhora que me lo decís, me sacás la duda, porque no sabía si subirlo o no. Gracias!
Nos vemos mañana!
Me hizo acordar a una película: "Cazadores de utopías". Y a un libro: "A quién corresponda" de Martín Caparrós.
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