La uva y el vino (Eduardo Galeano)
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.
Antes de morir, le reveló su secreto: -La uva -le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

jueves, 29 de abril de 2010

“La Cultura y su mirada” Exposición de fotos de Steve McCurry en el Centro Cultural Borges (reescritura)

Es la una del mediodía, tengo hambre y salgo de cuatro horas consecutivas de Semiótica. Hace un rato, cuando las chicas me preguntaron “¿A dónde vas?” les dije que a la muestra de Steve McCurry, el que le sacó la foto a la afgana con la cara descubierta. ¡Pobre Steve! Pensé, hizo tanto más que sacar esa foto… Este oriundo de Philadelphia, es considerado uno de los mejores fotógrafos del mundo. Colaborador de la National Geographic y autor de varios libros, también forma parte de una fundación llamada ImagineAsia la cual busca darle una mano a la educación y lo referido a la salud en Afganistán.

Nos encontramos en la puerta de Ramos y caminamos para al subte, línea B, destino: Estación Florida. Llegamos a Ángel Gallardo y se nos va uno en las narices, a esta hora hacer la cola para cargar la subtecard puede demorarte bastante. Llega otro, lo tomamos y desembarcamos en el lugar elegido. Cuando salimos el frio nos pega en la cara.

Mientras caminamos esas cuadras repletas de gente, siento que veo mil caras por segundo. Me creo extranjera en este país de trajes y corbatas. No formo parte de la moda, tengo mochila y jean, no me corren los relojes, ni los jefes, y mucho menos la temible cárcel telefónica, conocida como celular (obvio que en su mas moderna versión con pantallas touch y esas cosas) Igual, creo que mi paso lento, heredado de los paseos adroguenses, y el Nokia 1108 también les hace notar a ellos que no soy de acá.

Algo me llama la atención en estas cuadras. No me pasa muy a menudo, pero mientras paso por los locales me veo con ganas de comprar. Cualquier cosa, desde cámaras digitales y ropa hasta calculadoras científicas o portarretratos. Una promotora de Mc Donalds se acerca, me da un panfleto y eso me hace meditar si almorzaré o no ahí.

Cerca de las dos de la tarde termina nuestra corta caminata frente al Centro Cultural Borges (ubicado dentro de las Galerías Pacífico). En la puerta la veo. Con sus inmensos ojos verdes, como siempre. Sharbat Gula me está invitando a entrar a esta exposición llamada “Culturas”. Según lo que leí, McCurry busca expresar en la selección de imágenes la esencia de la lucha humana y la alegría.

Una vez adentro, rumbo al mostrador, pasamos por “The coffee store” ¡Qué ganas de tomarme un café! Las largas escaleras al mejor estilo “Rocky” nos invitan amablemente a usar la versión mecánica de las mismas.

-Hola, venimos a la muestra de Steve McCurry.
-¿Son estudiantes?
-Sí, ¿necesitás la libreta?
-No.
-Ah, bueno, listo entonces.

Ya en la sala 21 el ambiente me va relajando, somos la mayoría del tiempo nosotras cuatro en toda la muestra. De vez en cuando entra alguna que otra persona, extranjera o que supongo se hizo un minuto en la hora del almuerzo para venir.

Así, bañada en tranquilidad, empiezo mi viaje hacia otras Culturas. Mi primera parada, según lo que dice la leyenda de la pared, me señala que estoy en el eje “Vida cotidiana” Las imágenes desfilan ante mi (o quizás, lo hago yo frente a ellas), y me encuentro frente a cada una imaginándoles una historia, dolorosa la mayoría de las veces. Me siento conectada con una. En mi cotidianeidad está presente el Roca, y en la de estos mozos que sirven desayunos en el tren, de alguna manera también. Salvo que ellos arriesgan su vida por su sueldo, pasándose las bandejas por afuera de los vagones. Yo arriesgo la mía intentando entrar al tren de 07:26 de la mañana por el estudio. Pueden ser las historias o conexiones lo que hacen que mis pies de a poco se despeguen del suelo, o tal vez, esos lugares hermosos y totalmente devastados por inundaciones, pobreza, guerra. Veo a un sastre, o parte de él, caminando con su vieja máquina de coser al hombro y el agua hasta el cuello Los chicos vagando por ahí bajo la lluvia, un hombre mayor durmiendo en un banco en la calle, y abajo un perro en la misma posición, de vez en cuando, alguna sonrisa… Intento anotar todo, nombres, lugares, fechas, pero la experiencia ya empieza a desbordarme.

Sigo volando, ahora por el segundo eje llamado “Historias en un rostro” Hay una fuerza indescriptible en cada una de las miradas Tantas cosas distintas reflejan, tristeza, esperanza, cansancio, alegría, desafíos. Está por ejemplo el retrato de Ali Aqa. Tiene quince años, su familia es pobre, su ropa usada y su sueño, ser abogado. La foto es del 2007. Me pregunto si lo logrará. Sus ojos me dicen que sí. McCurry cuenta que al publicarse esta foto, varias agrupaciones ofrecieron pagar por los estudios de Ali, pero que lamentablemente podría llevar años volver a encontrarlo, si es que se lo encuentra. Me pregunto, ¿qué será del futuro de los demás protagonistas? Por ejemplo de los nenes, como aquél solo y desafiante, sentado en una mesa, o el de ella divina y risueña, con su velo verde. Otro recibiendo órdenes de su abuelo, quien lo manda en busca de agua (me acuerdo del mío, como lo extraño) O de los adultos también, como el trabajador con la cara llena de carbón, y los ojos llenos de agotamiento o la mujer que en brazos tiene a su hijo y bajo la lluvia le pide limosnas a los que viajan en un auto. Esa foto sacada desde adentro me hace percibir que era a él a quien le pedían, era a McCurry.

Mi viaje hace escala en el tercer eje “La mística de lo sagrado”. Lo sagrado para ellos, los monjes que caminan bajo la lluvia rapados y con sus largos trajes bordó, o quienes se reúnen, bañados en pintura, para vivir el festival de Holi, es distinto de lo que yo considero sagrado. Jesucristo por un lado, Buda por el otro ¿no? a menos que… A menos que en el fondo todos busquemos el bien común, la paz interior y lograr una vida más justa para los demás. Con mayor o menor ortodoxia, o con rituales distintos, creo que en las bases, somos muy parecidos. Largas banderas de oración recorren las montañas orientales, cargadas de agradecimientos y peticiones, del mismo modo que recorremos nosotros las calles en el Vía Crucis.

Bajo a la Tierra por un momento. Una mujer del staff del Centro pasa a arreglar la esquina de una imagen. Veo un clavo tirado en el piso. Escucho a alguien decir que es la segunda vez que viene a ver la muestra. ¡Qué coraje! Estar acá me está dejando una sensación agri-dulce. Comento con las chicas algunas cosas y ahora vuelo otra vez.

Ya cerca del final, no lo puedo controlar. Cada vez subo más alto. No siento estar ni en Buenos Aires, ni en el ruidoso microcentro, menos aún en las coquetas Galerías Pacífico. Estoy en Afganistán, o en la India quizás, escuchando historias, viviéndolas. Me enojo porque hasta hace un rato me preocupaba ir o no a Mc, o ese estúpido arranque de compradicción.

En mi última escala “Culturas en crisis” veo a nenes armados listos para dar su vida en el campo de batalla, también jugando en un tanque, como si fuera un tobogán. Hay una foto que la siento “distinta”, el protagonista es de Latino América y no tiene más de seis años. Mientras llora, se apunta a la cabeza con un arma (espero sea de juguete). Lo curioso es que de tremenda imagen, lo que más me duele es la remera de Spiderman que lleva puesta. Toto, un nene que viene los sábados a la parro, tiene una parecida. ¿Qué pasaría si el de la foto no fuera un extraño, y fuera él?
La exposición sigue, mostrándome derrames de petróleo, paisajes en llamas, exclusión social, gente muy lastimada en hospitales, o tirada en la calle con un rifle en la mano. Pensar que tanto dolor fue causado de un hombre a otro, me pone la piel de gallina. ¿Cómo llegamos a esta crisis cultural? Me indigno, como ser humano, como católica, como una simple chica a la cual la realidad le está pidiendo respuestas y ella no hace nada…

Mi viaje terminó, o al menos eso creo. Estoy por salir, pero antes, le pregunto al hombre de seguridad, que está en la entrada de la sala, si siempre es tan tranquilo el lugar. Me cuenta que esa exposición es la que más gente mueve, pero que a la tardecita es el horario pico. Con razón no hay nadie, son recién las tres de la tarde.

Una vez afuera del Borges mientras camino para el subte, siento a las ideas que siguen fluyendo, una atrás de la otra. De fondo se mezcla la música de Bryan Adams, un violín y la percusión proveniente de tres tachos de pintura. Camino, pero ya no veo solo trajes y corbatas. Veo miradas. Estas también reflejan, tristeza, esperanza, cansancio, alegría, desafíos, dejamos de ser extraños como en el camino de ida. Llego a la estación Lavalle, entro, un nene durmiendo en el piso me recibe. ¿Sigo en aquellas tierras lejanas? ¿Por qué estoy viendo lo mismo que en las fotos? Inmediatamente busco en mi anotador una de las frases que había en las paredes de la exposición:

“En el cielo no hay distinción entre oriente y occidente; la gente crea esa distinción en su propia mente y luego cree que es cierta”

Ahora entiendo, ahora me siento un poco mejor. Es verdad, capaz no sea mucho, o de hecho nada, lo que pueda hacer por las personas de esas fotos, pero, todavía queda mucha gente cerca a la cual ayudar. No hay distinción, somos todos uno.

Ya en el tren, el vaivén del Roca me acuna en la vuelta a casa, mientras que entre el sueño y la vigilia, pienso cuál será la próxima escala de mi viaje.

1 comentario:

  1. hola ana
    bien!!!, el texto se afirma en un tono y profundiza en la descripción de las imágenes y lo que ellas suscitan en la observadora-cronista
    buen trabajo
    claudia

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