La uva y el vino (Eduardo Galeano)
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.
Antes de morir, le reveló su secreto: -La uva -le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

lunes, 16 de agosto de 2010

Anexo del proceso

Te miro.

Pero ya no como antes. No sé leerte, no puedo encontrarte, este olor me marea. La gente va y viene, se queda, saluda, te mira también. Pero ellos no lo hacen como yo, o la mayoría, por lo menos, no lo hace.

Salgo.

Me siento en uno de esos horribles sillones marrones, buscando una comodidad imposible. El sueño hace estragos en mi cuerpo. Pero más aún lo hace la incertidumbre.

Vuelvo a entrar, te busco, no te encuentro. ¿En dónde estás? ¿No era ése tu lugar? Yo saludo, no me saludan. Pero otra vez, están ellos, los que miran sin mirar. Me pierdo, y más cuando no te encuentro. Recorro estas baldosas, que sé ya caminé, fueron mías. Por un rato al menos. Todo fue mío.

Miraba, me saludaban, decidía.

Siento a lo lejos, ecos de alguna conversación. Pero algo me impide escucharlos, es como si una gran pared nos separara, a mí de ellos, los que miran sin mirar y hablan sin sentir. Quizás, es porque lo que dicen, ya lo escuché una, dos, mil veces y llega un momento en que simplemente, me saturo.

Las horas pasan, perduran esas palabras, siempre las mismas. Y ese olor.

Me encuentro ahora, escuchando esas frases tan armadas, pero ya no son para mí. Hay alguien más. Las personas pasan y de la misma manera que miran a un mozo en un bar, y le dicen “Un cortado por favor” lo miran a uno y largan esas tres detestables palabras. Peor aún que la situación del café, porque lo hacen con una mirada de compasión tan horrible, que creo, hasta pesadillas me causó. ¿Creerán acaso que las lágrimas enceguecen, y me ocultan sus ojos?

A veces llego a pensar, que parece una fiesta. Se reúnen todos, los de lejos, los de cerca. Los que no saben ni por qué están ahí, y los que creen que “deben” estar ahí.

Pero hay un selecto grupo, el más pequeño, que tristemente es el anfitrión, sin quererlo, sin entenderlo, solo siéndolo.

Te encuentro, otra vez. En realidad, no a vos, a él. No son lo mismo. Nunca va a volver a ser lo mismo. En un rincón me acomodo para mirarlo. Cuan parecido es a lo que fuiste, salvo que no es vos. ¿Qué buscás tan lejos? Ya no te puedo escuchar, no te puedo sentir. No puedo hacer nada, más que mirarlo.

Y ahora no es mío el rincón, hay alguien mas ahí. No entiendo cómo, sólo creo que no fue ocupado por un simple mirador, es de los que también sienten. ¿Pensará lo mismo que yo pensé sobre esas paredes? ¿Sentirá el frío, la soledad, el olor? ¿Sentirá…? Sé que como la miro yo, me miraban a mí. Y creo que lo que dicen de ella, lo dijeron de mí. Como si me conocieran, como si la conocieran. Aún cuando no saben ni su nombre, solo el título que llevan, el lugar que ocupa.

Ahora, soy yo la que no se encuentra. ¿Sos vos el que me busca entonces? No entiendo los tiempos, los espacios. No te entiendo, te fuiste. No la entiendo a ella, la del rincón, que mira desde lo que fue mi sostén alguna vez.

Ese lugar fue mío. Miraba, me saludaban, decidía. Y no como algo superficial, yo lloré en él, me desmoroné. Casi me desmayo del dolor. Sentí el vacío, supe que no estabas. Los vi guardarlo. Encerrarlo. A él, que aunque no quiera, sos vos. Vacío. Dormido. Apagado.

Y al igual que una fiesta al terminar, todos nos vamos, incluyendo los anfitriones. Para que cada vez que volvamos, los recuerdos jueguen a las escondidas, y nosotros nos perdamos en el ayer, y nos desorientemos con el hoy.
Porque esas habitaciones, esos sillones, hasta ese rincón, son tan míos, como de los demás.

Porque para quererte tuve tiempo y millones de paisajes, nuestros.

Pero para despedirte, solo una noche en vela, en ese lugar tan mío como de otros.

1 comentario:

  1. Este es un cuento del cual hablo en el proceso de escritura y decidí subirlo.

    Nos vemos mañana!

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