La uva y el vino (Eduardo Galeano)
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela.
Antes de morir, le reveló su secreto: -La uva -le susurró- está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El lugar donde escribo (dicho sea de paso, el menos estratégico)

Si pudiera elegir dónde sentarme a escribir (a máquina) jamás erigiría mi computadora.

El día en que el cielo se abra y de él descienda una notebook, netbook o lo que sea, no dudaría en tirarme en la cama, el sillón, en el jardín, plazas, parroquia, o cualquier otro lugar. Podría irme a donde quisiera.

Pero, como soy una simple mortal con una computadora por partes, el único lugar que tengo es el pasillo. Sí, el incómodo, concurrido, con poca luz, pasillo. Ojo, no es cualquier pasillo, es el pasillo que tiene la biblioteca más grande de la casa, el más largo, es el pasillo que termina nada más y nada menos que a un metro y medio del horno.

¿Qué significa esto? Que escribo prácticamente en la cocina.

He aquí el problema número uno: Todo el mundo pasa a la cocina a buscar algo, porque la cocina a su vez conduce al lavadero y al jardín.

Problema número dos: Cuando mi mamá no está trabajando, está preparando clases (en la mesada de la cocina) y cuando no está trabajando o preparando clases… Está cocinando o hablando por teléfono. Ahí es cuando me pongo los auriculares, por más que no esté escuchando música, sólo para demostrar que necesita silencio, e intento seguir.

Pero no, no hay auriculares que detengan a una madre cuando tiene ganas de hablar. Porque te mira y te dice

-¿Estás trabajando?

A lo cual asiento con la cabeza

-Bueno te dejo, tranquila, ¿o me podés escuchar un ratito?

Me saco los auriculares esperando escuchar algo como “Quería avisarte que mañana no hay subtes” o “Acordate que tenés turno con el dentista” pero no…

-No sabés lo que hizo hoy tu abuela- lanzo una mirada fulminante -ah, perdón, estás ocupada.

Pero en cuanto me puse los auriculares escuho:

-Bueno, te cuento, cuando llegué hoy a la casa...

Y ahí estoy yo, intentando hilar dos palabras con sentido, conjugar relativamente bien los verbos y ocupándome de las tildes para encima fingir que escucho, me intereso y me enojo por lo mismo que ella.

-Ma ¿me bancás un toque que ya termino y hablamos?

-Claro, claro.

Pero ni lenta ni perezosa, en cuanto amagás a ponerte los auriculares otra vez:

-Y encima cuando llego a casa ¡me llama!

Claramente, el mensaje de que estás escribiendo no le llegó, por lo que la segunda mirada fulminante aparece.

-Uh bueno, está bien, te dejo.

La tercera es la vencida, auriculares en mano, miro la pantalla, busco dónde me había quedado, y sigo.

Pero como no todo es tan fácil, suena el teléfono, ubicado también estratégicamente junto a la compu para poder chatear, hablar por teléfono y cocinar a la vez.

-¿Qué? ¿Tampoco podés atender el teléfono?

3 comentarios:

  1. Claramente, dedicado a mi mamá.

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  2. Je, en mi casa también conspiran contra mí cuando hago cosas de la facu! Especialmente cosas que no me gusta hacer, o que me cuestan. Me sentí plenamente identificada.

    Saludos!

    Emilia

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  3. Claramente y, otra vez, no se publicó lo que escribí en un principio.
    Yo duermo en un pasillo, asi que no te quejes tanto. Ya voy a ver si escribo algo yo acerca de mi lugar en donde duermo!

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